viernes, diciembre 09, 2005

Para una vindicación de los blasfemadores

¡Ahí estáis ya, amigos! - Ay, ¿es que no es a mí
A quien queríais llegar?
NIETZSCHE. Desde altas montañas.

1
La fidelidad germina más propiamente en el acto de herejía antes que en el ritual apostólico. No se trata de repetir el principio una vez tras otra sino de comenzar todas las veces desde el principio. Un camino coagula misales y registros civiles. El otro derrama lo inasible como el agua que la mano no alcanza a sostener demasiado. El arte del cartógrafo quizá sin error pueda ser llamado bello. Aunque desmerece ser llamado fiel. Pues no cabe una división política para la figura que por un breve instante adopta una nube pasajera, la mancha de aceite en un charco, las sombras que animan el muro nocturno: bien lo sabe el que las lee sin pestañear.

2
No por nada Nietzsche afirmaba su parte de ascendencia polaca. Contemplen si no como los alemanes fueron quienes lo malentendieron más enjundiosamente que ninguno: por ahí circulan todavía a modo de ejemplo esos arduos volúmenes homónimos en los que Jaspers y Heidegger se afanaron con el mismo ímpetu con el que se empeñaron en sostener los torpes andamios del existencialismo, esa especie de ejercicio de escolástica atea en pleno siglo XX.

3
Deleuze dice: Nietzsche ha denunciado el subsuelo negativo en el que arraiga nuestro modo de entender el mundo. Deleuze dice: la filosofía contemporánea traiciona la palabra de Nietzsche cada vez que la evoca. Pero casi como sin querer Deleuze también dice: Nietzsche ha entretejido metafísica. Es cierto que supo develar el trasfondo que anima la verdad. Pero con gran estilo no ha conseguido más que reducir al aforismo aquello que con paciente erudición se acopiaba en las Summas. Si ha hablado del eterno retorno no fue más que para devolvernos reconciliados al devenir y al ser. Por medio de la voluntad de poder ha conseguido reestablecer a la ontología de su blando desmayo. La muerte de Dios ha sido proclamada a fin de recuperar un sentido (más allá del sentido de la historia) para la historia (de la cultura europea occidental y cristiana). E irremediablemente asoma al horizonte de aquella historia el superhombre como su nuevo ideal... Es así como de un solo golpe el Anticristo no ha dejado florecer en torno de sí un solo anticristiano. Pero por obra y gracia de Deleuze no obstante su sacrificio permitirá fundar y propagar los preceptos de un anticristianismo que se enredará en lo literal de las palabras como en su propia telaraña.

4
Cuánto de rapiña puede haber en una idea, en un argumento, en una oración inédita. Si bien lo que unos digieren al punto de hacerlo carne de su propia carne otros lo añaden a su piel desnuda como un disfraz que asumen para mimetizarse.

5
Guiados por la senda que Dostoievski les prepara, Berdiaev y Chestov tropiezan -cada cual por su lado- con el peregrinar del ateo Zarathustra. Sin desviar luego sus caminos desiguales los dos se abren paso en el terreno del cristianismo a fuerza de derrumbar ídolos santificados. A poco de estallar la Revolución uno y otro es condenado al destierro por negarse a comulgar con el catecismo comunista. Después de hallar asilo en Francia se declaran en abierta querella con el catolicismo. Oponen las enseñanzas de los místicos a la teología racional, las provocadoras doctrinas de la gnosis griega a la escolástica latina. Berdiaev postula el cercano advenimiento de una nueva Edad Media y con ello el inaudito nacimiento de un hombre capaz de crear a imagen y semejanza de su propio Creador. Chestov alude al certum est quia impossibile de Tertuliano para colocar en cuestión el valor de la verdad cuyo secreto trasfondo entraña la caída del hombre por la tentación del conocimiento. Cabe rastrear en uno la huella del superhombre. El otro hace suya la sospecha sobre la voluntad de saber. (Ninguno ratifica sin embargo la muerte de Dios. Si bien tampoco ninguno la desmiente: no ignoran que aplicando el mismo ejercicio pedestre es como se ha conseguido probar su existencia o su inexistencia). Heresiarcas inactuales, afirman ambos a Zarathustra para hacerse heterodoxos. Y reniegan de él para convertirse en fieles.

6
Entre 1869 y 1870 un joven catedrático de Basilea se empeña en rastrear el significado inicial de la tragedia. El libro que publica uno o dos años más tarde (El nacimiento de la tragedia, 1871) recoge una suerte de hallazgo temprano. Todavía empañado por el genio de Shopenhauer y la vehemencia de Wagner, intuye no obstante que su conquista se coloca ante el umbral de un descubrimiento mayúsculo. No sólo devela un sentido inédito en aquel fenómeno de la cultura clásica. Casi sin saberlo sugiere además un método que desbordará muy pronto el objeto al cual se acotaba en principio para invadir lo (demasiado) humano: escrutar la vida con la óptica del filólogo. Noventa y cinco años después -en plena siesta de primavera existencialista oficiada por Jean-Paul Sartre- un profesor universitario dictamina (Las palabras y las cosas, 1966) que el hombre es apenas una invención reciente. Como su predecesor también rastrea el sentido en la historia. Como su predecesor aplica lo mismo un método que sobrepasa la circunscripción de su objeto ordinario: indagar lo humano con mirada de arqueólogo.

6 bis
En medio de una época todavía ocupada en medir la cantidad de metafísica, de racismo o de modernidad verificables en Nietzsche, Michel Foucault habrá de emprender no una mera exégesis sino su traducción. Y como en otro tiempo procedían los romanos a la hora de transcribir los textos griegos, reemplazando el nombre del autor original por el del conquistador aunque dejando intacto el manuscrito (no como gesto de agravio sino más bien como reverencia), así también Foucault refundirá un único término ajeno al idioma de su siglo: la palabra poder.

7
El metro que uno emplea para medir al otro depende de la medida de su mirada. Sólo el hombre miope se halla siempre rodeado de semejantes: en torno de él no distingue al burro del hidalgo. Dirá no obstante lleno de orgullo que su palabra es literal. Cuando en verdad se tratará más bien de una interpretación ajustada a su mezquino alcance. Cuán penoso de observar resulta para el hombre de mirada distante el afán con el que un miope persigue la fidelidad. Y que si no cada cual juzgue por sí mismo: ahí está presente como prueba la palabra de Nietzsche para todo aquel que se atreva a leerse.
A.