martes, diciembre 20, 2005

Impresiones de nieve en el calor o Acerca de las fiestas de fin de

Diciembre
Diciembre, falta muy poco: escucho que dicen. Adelgaza ante los ojos espectadores un almanaque desfalleciente. No queda ya fuerza ni necesidad para tratar de retener las cornisas de 2005. Se anuncia el ocaso que precede al final. Aquí y allá y en todas y en ninguna parte, hay luces que ciegan el alma ciega: Es, al menos eso proclaman, parece Navidad. Hay cartelones vociferantes de Felices Fiestas. Cuáles Fiestas, las que anuncian la Navidad de nuestro Gran Dios. Algo parece revolver el espíritu, si es que acaso tal cosa llegara aún a existir: El Espíritu Navideño viene entonando triunfo, acelerando reverencia, pisoteando terreno, virando hacia el inicio, revirando hasta el final. Nadie queda a salvo de su influjo. Estos son los tiempos de la Esperanza. Los tiempos de la Fe. Los tiempos de volver a Dios, por Dios, en Dios a creer.
Diciembre, escucho que dicen: Falta muy poco para Navidad
Sin embargo, escuchen que digo: Es sólo otra navidad, son sólo las felices fiestas del consumo, de los consumidos, de los vacíos. Se advierten los agujeros de los huecos que atenazan su fe en la renovación, la renovación de su Dios innumerable. Porque es Navidad escucho los huecos que dicen: Celebremos el nacimiento de nuestro Dios personal. Ya no alcanza con uno, hace falta una legión. Ahora yo les digo: No les crea. Dios hace mucho o hace poco pero hace, ya se ha aburrido de renacer, o de multiplicarse en este mundo que le salió mal. Y ya no tiene tiempo o ganas de volverlo a intentar.
Pero es Diciembre, escucho que aún insisten: Debemos festejar.
Entonces, escuchen que les digo: Si acaso hoy existe algo válido como festejo, del típico festejo humano de celebrar lo equivocado por que alguien así lo dispuso, entonces festejemos esto: Nuestra independencia de Dios. La expulsión de Dios, hasta en su forma más lejana: la expulsión de toda fe. Festejemos, incautos, el triunfo del hombre por sobre la divinidad. O mejor: El triunfo de la humanidad desteñida hasta su merecida desaparición.
Porque por acá ya no se escucha, ya no cree en nada. O sí. Escuchen que digo:
Yo aún creo en el año final.
Éxodo o Funeral
Navidad.
El reloj apremia en cuenta regresiva, mas mi pesebre ya no cuenta integrantes. Los camellos, los reyes, el niño, todos se han ido. Observan desde ultramundos sin ver, acaso sin importar. Y aún yo espero en las penumbras del árbol, sentado bajo la copa, entre copas, un muñeco para modelar.
He pedido una bicicleta a un Padre Noel que de argentino poco registra, se jacta de su oligarquía bien atendida, hincando un tenedor en el lomo cadáver de un reno, un plato exótico, digno de su condición. No tendrá entonces tiempo para mí, para mi inocencia fatal. La inocencia es un objeto de burla: Hoy el padre noel, los reyes magos de la nada, el niño ausente, las sombras del árbol vacante, todo y en todo lado se han reunido a burlar: Se oye el estruendo de sus risotadas como petardos propiciatorios de la nueva era: Panza masiva, excesos, desinterés. Y mientras, los niños salen a pedir, a exigir el regalo olvidado, que se dispone en bolsillos de señores de avenida, de negocios clausurados, servidos para la súplica, para el arrebato, para qué más; y mientras, los pibes descerebrados salen a servirse de las divinas tentaciones de la noche como son esas nenas descerebradas embebidas en y con alcohol, con alcohol que sabe quemar; y mientras los otros, esos otros huecos se ufanan de los excesos que paga el dinero fácil en agenda disponible, y se pasean abstraídos de la bruma que no se ve, pero los va matando, los va a matar; y mientras todo, la inocencia, la alegría, la esperanza tal vez no regresen esta noche, ni ninguna noche más. Tal vez para estos mocosos, descerebrados, huecos de bolsillo lleno, para todos nosotros, tal vez sea lo mejor. Porque nada o nadie les va a recordar el funeral de los dioses muertos, el retiro de las divinidades hacia los ultramundos desde donde a nadie van a proteger, desde donde a nadie irán a conformar.
Y a mi qué me queda por esperar: Acceder al festival de los incautos o atenazarme en el dolor de un día más que se pierde fuera de festejos, nulo de esperanza, imposible de recuperar. Cenar la carne prohibida, embriagar una sidra en mi propio infierno, llorar y cantar abrazado a mi círculo, acaso sean ésas las perspectivas que me motoricen una vez más. Pero como siempre, como nunca, tal vez esta vez me conforme con los anuncios ya por mí conocidos mas nunca por Alguien revelados: Dios ya no existe, el pan dulce es más amargo, y me regalaron un año más para sobrevivir.
Para navidad de 2005 ya hasta me parece bastante pedir.
M.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ya son pocos los quiméricos que se dejan enmendar por el espíritu navideño.
La supremacía de la iglesia y sus festejos, solo ha servido para continuar reproduciendo el sistema que nos sostiene. El nacimiento y el inicio- fin sólo son figuritas de un álbum, que asegura fieles infieles a principios que Nunca cumplieron.
Por deber a Dios, asúmanse politeístas. En su defecto, ateos.
Planteadas y consumadas, las celebraciones prometen esperanza y fe, a quienes llenan sus mesas en zozobra. Jamás han sido planificadas para la pobreza del pan dulce y la sidra. En su boca, el alcohol llena la panza de una heladera que no se colmará siquiera bajo estas excusas.

La primera piedra está lanzada a quienes los eventos de origen religiosos no los hunde en la más cruel desolación. La primera piedra no está en mi mano, se aclara.
De esta manera, Mi alma ciega, anuncia el ocaso que precede al final.

Oda a Impresiones…y Éxodo
Mery

12:55 a. m.  
Blogger Unknown said...

Más que ateo, en materia de catolicismo (y otras vanidades semejantes) me declaro escéptico. La palabra ateo contiene todavía en su composición el término "Dios" que al nombrarlo para negarlo lo afirma todavía un poco, casi como la última tos de un desfalleciente.

A.

7:11 p. m.  

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