lunes, febrero 27, 2006

Bajo el puente

Observo el desamparo y tráfico de las bibliotecas que nunca leeré. Y las tardes azules que van luego al amarillo, luego al rojo, luego al negro. Y un teléfono que suena en una casa deshabitada y de golpe corta su pitido. Como si a veces alguien atendiera.
Aseguro que, salto al vacío es: el que dan los rencores y las penas en un vaso de licor de chocolate o en una copa de sidra. Muchedumbres belicosas que pelean contra las fuerzas del orden en los tugurios exiliados. Bebés que lloran en la nursery con las bocas ávidas de sustento.
Pregunto ¿cuántas migraciones soportó la zona en la que habito? ¿Cuánta glaciación y decoro? Nada más que puñados de trastos quebrados y manteles con salsa.
Y otra vez, cuestiono sobre las cosas que me aterran... Y bajo el puente, el linyera suplicó le diera aunque sea un último trago...
Un sorbo que supe amargo luego de que el presente me cortara las venas.
Porque los autos, camiones, bicicletas, caminantes, pasaban por arriba, y el río enfrente y el Otro se me antojan como inabarcables. Como ingobernables.
Como una osadía de la pena indisoluble que soporto con berrinches.
Como una alegoría de la vida invivible que me tocó en suerte. Que a veces me miente con terrones de azúcar, que confundo (adrede) con besos.
25-II-2006
E. D.

miércoles, febrero 22, 2006

Tren nocturno

Es noche y algo en algún lugar, algo deberá. Se descubre en la lejanía, entre letanías, algún zumbido de carga, algún traqueteo de vagón. Esto es Bs. As.: La furia que acontece como tren imparable: Qué trayectos se estarán uniendo, quién en mis trayectorias me estará: No sé qué más decir, no sé qué más dormir. Otra vez me descubro fuera de sueños, me describo fuera de todo, lejos de nadie, del todo de mí. Es noche y se confirma insoportable: Hay un tic-tac, un reloj de tiempo, una bomba de: indiferente, parece dispuesto a verme morir, a hacerme suicidar. Ya no creo el tiempo me entienda, pierda su tiempo en concederme piedad: Éste que discurre entre el mundo ajeno y el que yo quise crear, ser, alcanzar, ya no permite chances, ya no afecta pretexto alguno de reparación. No tengo sentido, no encuentro, ninguno, nada mejor. Para qué seguir. Para acaso soportar esta negra colmena agitando dentro, espoleando como aguijones por todos lados, por cada lado de mí: un enjambre asesino atareado en satisfacer a una reina holgazana, silenciosa, perversa, irreverente, que convulsiona profunda, que ni siquiera aún identifico, mas se regodea ansiosa de saberme en su nido: una celda viscosa, dulce y asesina del cual no tengo escape, del cual jamás aprenderé ya a despegar.
Es noche y acaso existe un tren nocturno. ¿Pero qué es lo que esta imagen me ha querido revelar?
De pronto entiendo: El tren, el enjambre, la reina, no existen para nadie, salvo para mí. Y es su inexistencia la que los hace perfectos: Luego, ¿para qué he estropeado la nada, tratando de escribir sobre esto todo? escribir no crea, aun no me crea, no me otorga un recreo a tanta depresión. Es mejor esa máquina, esos insectos que consumen la noche, porque en ellos hay vida sin razones, vida sólo para solo vivir. Qué importan estas letras que las quieren bien tributar. A nadie le interesan estas menciones de metáfora o de grandeza. No sirve, no importa: De qué vale intentar importar.
Luego, es un poco más noche y aún no puedo dormir, no puedo más soñar. El submundo inverso se me atragantó lejos de alcance: no lo puedo, no lo debo ya considerar. Y mañana, si hay para mí existe un, sé que me encontraré, estaré tarde de nuevo, de viejo: Despertaré mal otra vez. ¡Pero qué importa! Quién dice tal vez mejor me quede poco, más pronto tal vez acceda al otro submundo, al más semejante a cualquier ultramundo, de aquellos, el que más hoy se me antojara, el que más hoy descubriera imaginar: Un estrado, un estado que por qué no lo debería ya haber alcanzado, debería acaso logrado ya: Un cosmos donde todos seamos trenes, insectos o la nada: Un mundo nocturno donde saber dejarse viajar. Después de todo, de nada, ¿qué más, qué menos queda? Tal vez sólo el solo aprender a desaparecer, el sólo solo aprender a morir.
¿Pero no habré acaso en esta evasión desaparecido, entre oscuras reinas muerto ya?
Es un poco más noche. Y alguien, algo me dice que ya lo he hecho, ya me he deshecho: Y tantos desechos no dejan espacio para volverme a completar.
M.

martes, febrero 21, 2006

Primus Inter Pares

Lo esencial de la nobleza consiste en forjar sus propios valores. Por encima de todo imperativo moral el alma noble se impone su propio Código. De tal modo que aún cuando obra en el elemento del mal permanece todavía fiel a sí misma. Por eso la iracunda violencia de Aquiles demuestra tanta belleza. Y el suicidio ritual de un Samurai no implica el absurdo de una abolición innecesaria: un espíritu templado en la nobleza conoce que la vida guarda facetas menos admisibles que la muerte.
A.

Hay algo

Con un cigarrillo en la comisura, la caja desnuda, hielo en el congelador, y Bitles en la radio, descascaro unas líneas que, a priori, han de naufragar en mi inconstancia.
Sólo unas cuantas palabrejas, nada más.
No podemos manufacturar la felicidad (eso es cosa de griegos). No podemos tramar la lluvia (eso es cosa de caciques). No podemos inventarnos (eso es cosa de dioses o de sueños —en este caso me permito la redundancia, pues Orfeo es o quiso ser, o quiso que otros le fueran—).
Qué son las canciones sino mendrugos de loas imprecisas. Qué son las poesías sino salivazos de imágenes petulantes. Qué son los sentimientos sino puñales de lava.
¿Qué?
Porque Galileo (¡¡¡Magnífico!!!) remató que sin embargo se movía. Lennon apuró que nadie cambiaría su mundo. Y yo, a modo de testimonio, susurro: Hay algo... algo que no entiendo y me retuerce el alma.
Y ese Algo es lo que soy. Y lo que me justifica de un modo engreído.
Lo demás se lo debo a mis amigos.

19-II-2006 - E. D.