Lo que le debo al payé
1
Logomaquia me ha demostrado que por las venas de mi generación corre una fuerza creadora inaudita. Sin embargo también me ha enseñado que esa misma fuerza no supo dar en el blanco. Cada vez que se lanzaba un disparo quedábamos aturdidos por el estallido y creíamos que en eso consistía la meta. Lejana y sin comprobar se perdía en tanto la trayectoria de la bala. Si por casualidad atravesaba un muro o más bien abollaba un tacho no lo advertimos nunca.
Son muchos los males que el ruido de las detonaciones acarrea. El principal me parece esa cualidad que comparte la explosión con el espejismo. No es raro que un peregrino distinga tajamares en el horizonte. Pero si tiene la suficiente cordura no habrá de arrojarse desesperadamente a alcanzarlo. En este sentido Corrientes me recuerda a un desierto. Lástima que muchos de los que irrumpen su arenal la más de las veces recorren círculos. O bien se lanzan desaforados a la conquista de espejismos.
2
No sé lo que la nueva literatura sea. En todo caso puedo decir que conozco solamente a los que fielmente me siguieron en otro tiempo mientras yo perseguía tajamares ficticios hasta morir de sed. Fuera de estos pocos, el número de los que la completan se me hace indefinido lo mismo que el de los pájaros por medio de los cuales Borges infiere en un cuento memorable que Dios existe. Aunque su rumor me llega a ratos con el mismo falso estruendo de los cohetes. Y en cuanto a lo que a Dios se refiere, admito que tampoco creo que exista.
Al menos para mí es evidente que Corrientes sigue siendo el mismo vasto desierto. Mirar de lejos como ahora me ha ayudado a comprenderlo. Pero no por eso la juzgo menos fecunda ni reniego de ella como patria. Más aún: la amo precisamente por esa peculiar capacidad que posee de tender en su horizonte una trampa tan sutil.
3
Logomaquia me ha demostrado que por las venas de mi generación corre una fuerza creadora inaudita. Sin embargo también me ha enseñado que esa misma fuerza no supo dar en el blanco. Cada vez que se lanzaba un disparo quedábamos aturdidos por el estallido y creíamos que en eso consistía la meta. Lejana y sin comprobar se perdía en tanto la trayectoria de la bala. Si por casualidad atravesaba un muro o más bien abollaba un tacho no lo advertimos nunca.
Son muchos los males que el ruido de las detonaciones acarrea. El principal me parece esa cualidad que comparte la explosión con el espejismo. No es raro que un peregrino distinga tajamares en el horizonte. Pero si tiene la suficiente cordura no habrá de arrojarse desesperadamente a alcanzarlo. En este sentido Corrientes me recuerda a un desierto. Lástima que muchos de los que irrumpen su arenal la más de las veces recorren círculos. O bien se lanzan desaforados a la conquista de espejismos.
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No sé lo que la nueva literatura sea. En todo caso puedo decir que conozco solamente a los que fielmente me siguieron en otro tiempo mientras yo perseguía tajamares ficticios hasta morir de sed. Fuera de estos pocos, el número de los que la completan se me hace indefinido lo mismo que el de los pájaros por medio de los cuales Borges infiere en un cuento memorable que Dios existe. Aunque su rumor me llega a ratos con el mismo falso estruendo de los cohetes. Y en cuanto a lo que a Dios se refiere, admito que tampoco creo que exista.
Al menos para mí es evidente que Corrientes sigue siendo el mismo vasto desierto. Mirar de lejos como ahora me ha ayudado a comprenderlo. Pero no por eso la juzgo menos fecunda ni reniego de ella como patria. Más aún: la amo precisamente por esa peculiar capacidad que posee de tender en su horizonte una trampa tan sutil.
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Si mi generación un día ha de conquistar el mundo será porque antes hubo triunfado sobre las tentaciones del desierto. No voy a negar que mi generación posee la energía suficiente. Pero lo cierto es que esta tarde me inclino más bien a mirar las cosas con ojos desconfiados: creo más en el malicioso influjo del calor, de la siesta, del espejismo. Sobre todo porque aún así a la distancia lo sigo sufriendo.
A.