viernes, diciembre 23, 2005

Ergo

Demoliendo el pan amargo que debió ser dulce, la masa se adhiere a la encía con aires de eternidad. Soy la Morsa, y por eso mis colmillos apuntan al sucio suelo. Ahora es que pretendo el sofismo de mis contemporáneos y la medicina de mi Barrio.
Casi Todo, mas siempre Nada.
Pues, caído, envenenado, como Alejandro en una Babilonía falaz, es que encuentro mi pesar más hondo que de costumbre. Pero también más sabio.
Necesito (y decirlo ya no cuesta sino el movimiento de unas teclas) de las almas. Porque dependo, con vergüenza lo confieso, que me acompañen. Ya no habrá finales felices ni canciones optimistas. Coelho fue al Banco a cobrar otro cheque. A Bucay lo uso para sostener la pata de la cama.
Intenté, a lo largo de los años, construir refugios en los que nunca aparté un lugar para mí. Siempre fui el Filósofo que estrujaba contra su pecho a los Tristes. Siempre me gustó contemplar el dolor con un halo de majestuosidad. Pues, supuse que bajo los ojos rojos se hallaban los secretos de la vida.
Ahora, que soy yo el que llora, el callejón está desolado. Nadie ha acercado, siquiera, una galleta de la fortuna con mi nombre. Ni un beso de comprensión. Nadie. Y lo que es peor aún armé un silogismo que me suena muy acertado:
Pasé la vida tratando de hacerlos sentir bien.
Estoy sólo cuando los necesito.
Ergo, toda acción es inútil.
Y, aún vencido, aún estrujado, asevero que en alguna ciudad lejana, me aguardan algunos seres que quieren estrecharme abrazos. Que aún quieren oírme repetir Literatura Redundante. Que aún quieren creerme mentiras. Que aún me quieren.
Es sólo una ilusión. Sin embargo, estoy con ansias de suspender la incredulidad, en caso de que mis palabras reboten contra el techo.
Pues los Escritores hacen la Literatura.
La Literatura es Ficción.
Ergo, soy Escritor.
E. D.